martes, 10 de noviembre de 2009



La historia es enternecedora y terriblemente curiosa. Hace unos cuatro años, un paciente neoyorquino hizo un dibujo en la consulta de su psiquiatra. El esbozo consistía en un retrato de un desconocido que se le aparecía en sueños y le daba consejos sobre su vida personal. Al cabo de unos días, otro paciente del mismo médico vio el dibujo y afirmó que había soñado varias veces con el susodicho. Intrigado, el psiquiatra pasó el dibujo a sus colegas, y éstos descubrieron que algunos de sus pacientes reconocían también a “this man” como le llamaban, ya que nadie de las personas conocía a este cejijunto con pinta de rústico simpaticote en persona.

De eso, a que this man sea la intriga de media aldea global, y el consejero onírico de la otra media, un paso. Carteles como este han aparecido en medio mundo, Barcelona incluida, y cada vez son más las personas que le reconocen en su inconsciente. El fenómeno ha llegado a tal que se afirma que This man es un dreamsurfer, o un espontáneo de los sueños, que navega de mente dormida en mente dormida, haciendo filigranas con nuestros miedos y secretos ocultos y dándonos consejos sobre cómo ser mejores.

This man es el nuevo doctor amor!

Aquí podemos ver a una guiri flipando con el cartel de thisman, orgullosamente puesto en una papelera. En la web oficial se observa que los carteles puestos en otras ciudades están colocados con gracia, maestría y en lugares más higiénicos (destaca el de La Havana, con el edificio ese que tiene la imagen gigante del Che al fondo). En barna en cambio, apostamos por la basura.

Realmente, he soñado cosas raras en mi vida. El otro día, sin ir más lejos, soñé que estaba a pie de playa con mi amiga Rita comiendo una pizza cuatro quesos, que venía un tsunami y nos mataba. Lo curioso del sueño era como veíamos a la ola: simplemente como una ola típica y tópica que todos vemos en verano cuando chapoteamos, pero grande. También tengo un sueño que se me repite desde pequeña, quizás relacionado con mi extremadamente desarrollado (y no lo digo en plan bien, sino más bien al contario) sentido de la responsabilidad. Sueño que tengo que ir a algún sitio, en mi infancia era el cole, ahora varía: la uni, un trabajo, a inglés, quedar con alguien… siempre relacionado con la obligación, y que una serie de catastróficas desdichas me lo impide. Y llego tarde, y eso me agobia, y se que llego tardísimo, y el tiempo pasa y no avanzo… y me despierto horrorizada.

Pero nunca, nunca, he soñado que un desconocido con una cara peculiar me da consejos sobre mi vida privada. Quizás, si lo soñase alguna vez, haciendo gala de mi desconfianza y mi cinismo habitual, le diría algo así como “tu no eres nadie para decirme lo que tengo que hacer con mi vida, y menos para darme consejos, si no te conozco” y thisman se cabrearía y nunca más volvería.

Bueno, ya he contado la historia, ya he dado mi opinión, y ya he hablado un poco de mí. Todo lo que se supone que se tiene que hacer en un blog ya está hecho. Ahora falta el coletazo final. Esta historia puede ser falsa… o no.

Existe thisman? O sólo es un invento de los grandes almacenes y de los padres para que los niños se porten bien? Yo sé ya la respuesta, y la diré… en el próximo capítulo.

More info:

www.thisman.org

domingo, 1 de noviembre de 2009

comunicación post mortem

Leo en El País Semanal la nueva invención de nuestros queridos e ingeniosos amigos anglosajones: el Deathbook, una suerte de red social para que las personas que ya vean el final de su camino puedan preparar todo bien, y conseguir enviar mensajes de cariño o recordatorios a sus familiares cuando estén en un sitio mejor.

Me parece curioso y algo macabro este invento. Leyendo el artículo, no he podido evitar acordarme de un comentario que me hizo mi hermano: tenía agregado al Facebook a un conocido de la familia, un chaval del pueblo de mi abuela, que por desgracia murió en un accidente de coche con 21 años. Si ya el hecho en sí es oscuro y nos inquietaba y entristecía a todos, cuál fue la turbación de Dani cuando abrió su página de inicio del Facebook y leyó que alguien había actualizado el estado del difunto poniendo palabras de agradecimiento, de forma que parecía que el chaval estuviese sabiendo como la gente se tomó su muerte vía online.

Ver ese mensaje te puede parecer reconfortante, te puede hacer sonreír. Pero también puedes tomártelo como Dani lo hizo: para él, ese chico se estaba comunicando con ellos desde el más allá, aunque en realidad lo hubiese escrito otra persona. Y, como humanos cagados de miedo que somos, nos asusta que un muerto intente decirnos algo desde sitios desconocidos.

Yo no soy anglosajona, y tengo una visión menos práctica y más espiritual de lo que es la muerte, quizás por eso veo con escepticismo la idea del Deathbook. Para mi es una cuestión de intimidad: es cierto que las redes sociales e Internet pueblan nuestra vida, pero este hecho no conlleva que deba pasar lo mismo en caso de defunción. Cuando mueres, pues ya está, te has muerto, y no importa nada, y menos algo tan banal como una red social. Es más, cuando te mueres, pues como que tu característica innata de socialización ya no existe. ¿es necesario tener que estar preocupado por lo que piensen los demás incluso después de muerto? Que situación tan triste, entonces.

Es bonito preparar algo, es bello tener la certeza que tus familiares guardan algo de ti después de muerto, por eso la idea en si me gusta, el hecho de afirmarle a tu hijo que tu amor hacía él no desaparecerá nunca, o de recordarle a tu mujer que ella fue la última imagen que viste antes de ir a echar un café con Dios, es precioso. Pero creo que es mucho más intimista y humano escribir algo con un boli Bic en un trozo de papel o dejar una foto tuya en un sitio especial. Quizás tengo una idea demasiado romántica, en su versión literaria, de la muerte, pero creo que, si los familiares reciben este tipo de mensaje, debe ser sin peligro a que se caiga la conexión.

Por favor.

lunes, 19 de octubre de 2009

qué fue antes, el huevo o la gallina?


quién copió a quién? La última película de Megan Fox (que, aunqe tiene pinta de sureña femme fatale algo vulgar y no parece lo que se dice un alma caritativa, no me desagrada del todo) con Diablo Cody como guionista (OMG, esperaba un guíon más brillante, aunqe no esta del todo mal) data de 2009, pero quizás el cartel se creó meses antes de su estreno, mientras se grababa.

True Blood, por su parte, también viene siendo una novedad. se estrenó en septiembre de 2008. Puesto que ambas producciones audiovisuales vienen siendo muy recientes, no se sabe muy bien quién le ha cogido la idea de calcar el cartel promocional a la otra. Al menos yo, en mi bendita ignorancia, lo desconozco. Vi el cartel de True Blood por primera vez en la revista de un tío que se me sentó al lado en el metro una tarde, y me gustó mucho. Me pareció un cartel original. Ahora esa gracia a pasado a mejores tiempos, puesto que incluso le han salido competidores (que no copias, la presunción de inocencia hacía uno u otro bando debe permanecer)

Al menos se han esforzado en que la lengua apunte en direcciones distintas. Vaya. Que ingenioso.
Lo que más me gusta de esta historia es que los argumentos de ambas no tienen mucho que ver, al menos no tanto como para que sus carteles sena identicos. True Blood es una interesante reflexión sobre como los vampiros se hubiesen integrado en la sociedad si existiesen y si los japos (quienes sino?) hubiesen inventado una bebida a base de en sangre sintética, que ayuda a que los chupasangre no tengan sed de humanos, ni ansias asesinas ni esas cosas. Hace especial hincapié en el sexo y en la parte erótica de los personajes (como debe ser, teniendo en cuenta que el vampiro es el monstruo más lujurioso de tantos que ha inventado el inestable imaginario humano) y eso que la protagonista es, al menos en parte de la primera temporada, una casta y pura virgencita. Se han hecho muchos retratos de los vampiros, y este sea quizás el más interesante de, al menos, cuantos he visto. Jennifers Body, por su parte, no deja de ser más de lo mismo: la cheerleader tía buena poseída por un demonio que mata a sus víctimas, todo hombres, después de calentarlas y bla bla bla. eso si, en versión renovada: se incluye un emo entre la lista de pobres víctimas de Fox.


Qué tiene más estilo? Bon Temps (nombre tierno para muchos que comparten la parte del globo donde vivo, me pregunto si alguien de los que ha creado True Blood es catalán o tiene algún tipo de relación con Catalunya) o Devil's Kettle?
yo, personalmente, me quedo con los vampiros reinsertos y toda su troupe, especialmente Tara, esa negra con mala leche que se llama igual que mi perra, y su primo gay (oh dios, que bueno está el tío).


aunque, como Jennifer's Body tampoco me ha desagradado, os dejo con las dos mejores cosas que he sacado de esta peli:
1-) actúa mi amor platónico de la adolescencia Adam Brody, aunqe no se le reconoce con las pintas de "cantante de un grupo indie" con los ojos pintados (¿?)
2-) "ahora más que nunca olvidad vuestras preocupaciones adolescentes sobre quién es el más guapo o quién es una zorra"
-frase del profe. genial-

miércoles, 7 de octubre de 2009

la generación ipod

Somos una generación a unos cascos blancos de Apple pegados. Esa que creció viendo Doraemon, que recuerda con ternura a la Banda del Patio y que ve en una familia amarilla todo un símbolo de identidad con nuestros iguales.
Somos las primeras criaturas que se desenvolvieron correctamente en Internet.
Los últimos licenciados.
Nacidos de los restos del muro caído en Berlín, somos hijos que mamamos de las Olimpiadas del 92, esas que al parecer vivimos, pero de las que no albergamos ningún recuerdo.
Fuimos los niños que intentábamos concebir que aquel avión estrellándose contra unos rascacielos americanos era real y no parte de una película.
Petri o Mega-zero son nombres que tienen el poder de sacarnos una sonrisa. ¿Quién no recuerda ese tomate en forma de teléfono (o era al revés) que nunca ponía lo que los niños le pedían?
Cantábamos una canción sobre una lady y una columna sin saber muy bien quien era esa tal Diana y porqué a los mayores les impresionó tanto su muerte.
Deseábamos la Game Boy Color y sustituir nuestra vieja Super Nintendo por una PlayStation.
Suspiramos con Titanic y jugamos a emular a Mitch Bucanan.
La única forma de gobierno que conocemos es la democracia, y, aunque nuestros gritos de No a la Guerra nunca fueron escuchados, todavía retumban en nuestra memoria.
Nuestras lágrimas intentaron inútilmente curar la herida que Madrid sufrió una fría mañana de marzo.
Soñamos con las aventuras de un joven mago huérfano en un misterioso colegio inglés.
Nos han enseñado a reciclar, somos conscientes de los errores que se cometieron en las generaciones pasadas.
Y, aunque solo sepamos pensar en euros, no nos olvidamos de las monedas de 25 pesetas y los collares que nos hacíamos con ellas.
Nuestro mayor mérito: hacernos con los 150 pokémon.
Hablamos un inglés fluido, un requisito básico para integrarnos en esa aldea global en la que nos han dicho que vivimos.

Así es nuestra generación, ni mejor ni peor que otras. Simplemente, nuestra.

sábado, 2 de mayo de 2009

mentira

La mentira es algo malo, y como todo lo malo en esta vida, puede llegar a producir adicción.

La adicción a la mentira es una de las más sanas, pero también de las más peligrosas. Hace temblar la base de todo, y dios sabe que no hay nada peor que una base tambaleándose y vibrando peligrosamente. La mentira nos hará más felices momentáneamente, nos sacará de un apuro, o protegerá nuestra imagen exterior. Pero eso son sus efectos a corto plazo. Pasado el tiempo, cambian las cosas.

La mentira nos vuelve malvados.

Una produce otra, y así continuamente, sentamos nuestras bases en piezas de madera puestas al azar, hasta que un día, con solo rozar con la punta de los dedos la que esté más descolocada de todas, la torre caerá. Y cuando caiga, producirá mucho ruido, y mucho daño.

Cuanta más alta es la torre, cuanto más profunda es la mentira, más peligrosas serán las consecuencias.

El problema de la mentira es que no se puede decir una y punto. Cada mentira tiene su consecuencia, que suele materializarse en otro engaño un poco mayor, y así sucesivamente, hasta que todo te va grande y no sabes como has llegado hasta él. Sigue el paradigma de toda adicción.

Una de las primeras cosas que nos enseñan sobre la distinción del bien y el mal es que la mentira es mala. Una de las lecciones más importantes, y la que más ignoramos.

Si, la mentira nos vuelve malos. Y lo peor de todo es que no puedes hacer nada para esquivar esa sutil maldad.

Todo está rodeado de mentira.

martes, 28 de abril de 2009

formentera


Era una tarde de verano. Estábamos en Ibiza, en casa de mi hermano Dani, que por aquel entonces vivía allí. Bueno, decir casa es un eufemismo, porque más bien eso era un cubículo desordenado de apenas 30 metros. Para vivir uno, era pasable, pero allí estábamos tres hermanos, Rita, un amigo de Dani y su novia. No se cabía. Eso sí, tenía una terraza muy grande, que era donde hacíamos la vida: allí comíamos, desayunábamos, leíamos, veíamos los Juegos Olímpicos y, alguna vez, incluso dormíamos.

Cierto día, mi hermano Jaime, Rita y yo decidimos que ya era hora de coger un ferry y visitar uno de mis lugares favoritos en el mundo: Formentera. Cogimos dos camisetas y lo metimos todo en una mochila. Dos billetes de veinte euros, y a vivir la aventura. Llegamos a la pequeña isla balear a las 8 de la tarde. Alquilamos unas bicis, y a pedalear. Formentera, la isla de moda, mediados de agosto. Imposible encontrar alojamiento. Bah, dormiríamos en la playa.


Y eso hicimos. Decidimos darnos un festín: comer un plato de pasta. Fue en un local a pie de playa. Nos hicimos amigos del camarero, un jipi (que no hippie, son diferentes) que vivía desde julio en una furgo robada. El tipo tenía unos 15 piercings sólo en la cara (afirmaba que tenía más por el cuerpo). Hijo de la clase media-alta barcelonesa, era un fugitivo de Bonanova. Uno de tantos que se avergonzaba de que sus padres estuviesen acomodados, a los que la jungla del pijerío había martirizado y que quería mostrar su asco al mundo en general y a Barcelona en particular. Nos recomendó un pinar apartado para dormir (en Formentera, afirma la leyenda urbana, si duermes en la playa te ponen multa) y nos invitó a una fiesta. Una rave de perroflautas. Mi sueño hecho realidad. Sin embargo, hay cosas demasiado buenas para ser vividas, y mis dos compañeros de viaje estaban demasiado cansados como para irse de fiesta. Así que nada, a dormir se ha dicho.

Al final, decidimos hacer de la arena de playa nuestro colchón. Dormir, bien y cómodos, no dormimos. Pero al menos descansamos. A las seis de la mañana, nos despertó un basurero diciendo “como os pillé la guardia civí, os pasaréis el día en la comisaría.” Amenaza certera. Nos despertamos, y, no sin antes ver amanecer, nos fuimos a otra playa a continuar con la compañía de Morfeo. Nos quedamos en bañador y nos dormimos. A eso del mediodía, nos despertamos. Estábamos quemados, y cuál fue nuestra sorpresa cuando vimos que estábamos rodeados de viejos en pelotas: habíamos aterrizado en una playa nudista.


Fin de nuestra odisea en Formentera. Ese mismo día encontramos un hostal bastante bien de precio, al fondo de un camino rural que se hacía en un momento en la bici. Estuvimos allí dos noches, y luego de vuelta a Ibiza. Después a coger un avión a Barcelona. Un Spanair, apenas unas horas después del accidente de Madrid. Nunca antes había visto llorar a una azafata de avión mientras señalaba las puertas de emergencia.











todo esto no es más que un pretexto para enseñar esa foto, que por cierto, me obsesiona.

martes, 14 de abril de 2009

las oportunidades del pasado


“las oportunidades marcan nuestras vidas, incluso aquellas que dejamos pasar”, o eso dice Brad Pitt/Benjamin Button en un momento dado de las tres largas (pero distraídas) horas de película.

Somos los hijos de una oportunidad. Los hijos de toda una generación que se buscó la vida de una forma que nosotros no entendemos ni experimentaremos. Nuestros padres se marcharon a la ciudad para encontrar nuevas oportunidades y dárnoslas también a nosotros.

Somos esa generación de medio perdidos: en las ciudades abundamos y en el pueblo no nos quieren tanto como a los nativos, pero nos acogen: los niños que salieron de la movilidad hacía la ciudad, pero cuyo origen es el campo. Intentamos aprovechar esa oportunidad que nos dieron nuestros progenitores: abrimos nuestra mente y somos resistentes físicamente, consiguiendo, vanamente o no, coger lo mejor de los dos mundos en los que vivimos: el campo y la ciudad.

Momentos así hay cada año. Pero poco a poco e inevitablemente todos hemos cambiado. Hemos crecido. Creo que una de las pocas cosas que queda en común con esos primeros años es esos colchones cada vez más hechos polvo y… la birra.

viernes, 27 de febrero de 2009

tempus fugit

Un día, en 1964, alguien construyó una casa en un pueblecito tranquilo cercano a unos 15 km de Barcelona. era un hombre que le gustaba leer. quería una biblioteca donde las horas pasasen como minutos. Esa casa, poco a poco, se convirtió en un hogar. Allí nació su hijo, y allí aprendió a amar la literatura. Ese era su rincón favorito en el mundo, su santuario, entre pinos, cerca de la ciudad. La sensación de protección que bajo su techo sentía era tal que le puso un nombre especial a la casa, un nombre que le inspirase lo que sentía cuando estaba en su hogar. Se llamaba "El cau".

Pero el tiempo pasó, y el hombre tuvo que vender la casa. Después de un tiempo en período de exposición y prueba, encontró sus nuevos inquilinos: una família con dos hijos y uno más en camino. La família se instaló poco antes de que el nuevo miembro vienese al mundo. Cambió la estructura de la casa, y, entre otras cosas, convirtió la biblioteca en una habitación donde dormirían las niñas. Los meses pasaron, y la casa se convirtió en un hogar, todavía más dulce cuando el último miembro de la família (y cuarto hijo) vino para quedarse.

El cau apenas cambió durante años, sin embargo su alrededor sí. El pueblecito pasó a ser una pequeña ciudad, prácticamente una extensión sin personalidad de Barcelona, el dormitorio pijo de la ciudad condal. Medio Opus Dei se trasladó allí, y los pinos dejaron de paso a las adosadas primero, y los pisos de protección oficial después. Hacía ya muchos años de ese lejano 1989 en que la família se trasladó a vivir a El cau, y todavía más de ese 1964 en que se construyó. Los hijos ya no eran niños, crecieron y se fueron haciendo más y más independientes, hasta que los dos mayores se marcharon de El cau en busca de una nueva vida. Todo cambió. Todo, menos la paz que se respiraba dentro de la casa, la sensación de proximidad y calor que siempre había existido allí. Y así, llegó febrero de 2009, mes en el que el benjamín de la casa se hizo mayor de edad.

Por primera vez en El cau todos eran adultos, es más, todos eran adultos oficialmente. Parece una chorrada, pero justo en ese momento, todos comprendieron que se estaban haciendo viejos. Y entonces calcularon que habían pasado nada más y nada menos que 45 años desde que El Cau había sido construido, 45 años de atmosfera de hogar, y 20 desde que ellos disfrutaban de ese lugar.

El tiempo duele más cuando comparas.

lunes, 16 de febrero de 2009

si te cruzas con un niño superdotado, te alegra la tarde

Hoy me ha pasado una de esas cosas extraordinarias, de eso que sólo se ve una vez en la vida.

Estaba yo en el tren, como cada lunes y cada jueves a eso de las seis de la tarde. La verdad es que estaba bastante asqueada de mis odiados y necesarios ferrocarils. Entre que esta mañana por trámites de muelas rebeldes he tenido que ir a Terrassa, he vuelto, he ido a Sant Cugat, he ido después a la uni, he vuelto, he bajado a Bcn y luego tenía que volver, ese era mi sexto viaje en tren del día. Y todavía me quedaba otro.

Para colmo no me he podido sentar. Por suerte siempre hay un libro para hacerme más ameno el viaje. Aunque hay días horripilantes como hoy en los que ni siquiera un libro, por muy bueno que sea, es suficiente consuelo. Así que mi estado de ánimo ha mermado todavía más cuándo he visto el gentío que subía en la estación de Sarrià. Todavía me quedaban 5 minutos más de viaje inacabable.

Y entonces ha ocurrido. Delante de mí se ha apoyado un chavalín que superaba los ocho pero que no llegaba a los 10 años. Era el típico niño-sarrià: rubio, pelo largo y sedoso, ojos azules, en plan querubín, pero con ropa de marca. El caso es que el niño ha sacado un cubo de Rubik totalmente deshecho y ha empezado a moverlo con golpes secos, rápidos y certeros. Por aquel entonces ya todas las miradas se fijaban en él. Joder con el niño. Yo me quería hacer la interesante, hacer ver que pasaba de eso, pero la curiosidad me podía, y de vez en cuando alzaba la vista de mi libro para observar al niño. Debo reconocer además que cuando el ejecutivo Iphone que tenía al lado se me ha puesto en medio a hablar con su amante a grito pelado me ha fastidiado mucho. Además tenía unos ojos horribles: azules y fríos, sin amor en su interior, como la canción de “America is not the World” de Morrisey. El ejecutivo, digo, no el niño.

Al grano: que el mozo de buena cuna ha resuelto el cubo de Rubik entre Sarrià y Muntaner, es decir, en dos minutos! Lo mejor de todo ha sido el final. Justo cuando el tren acababa de parar y las puertas ya se había abierto para dejar salir a los viajeros, el niño a alzado su cubo, ha hecho un movimiento rápido de muñeca y lo ha resuelto. Todo el tren ha flipado, ejecutivo Iphone incluido. A lo que el chico ha respondido con una mirada de suficiencia y un sonido vacilón, se lo ha guardado en el bolsillo grande de la sudadera y se ha bajado justo cuando las puertas pitaban. Todo él era elegancia y suficiencia. Increíble.

Tengo un nuevo Dios. El niño resuelve Rubik´s del ferrocarril. A ver si me lo vuelvo a encontrar el jueves y nos regala de nuevo ese espectáculo. Yo si pudiese hacer lo que él ha hecho pasaría la gorra después.