miércoles, 7 de octubre de 2009

la generación ipod

Somos una generación a unos cascos blancos de Apple pegados. Esa que creció viendo Doraemon, que recuerda con ternura a la Banda del Patio y que ve en una familia amarilla todo un símbolo de identidad con nuestros iguales.
Somos las primeras criaturas que se desenvolvieron correctamente en Internet.
Los últimos licenciados.
Nacidos de los restos del muro caído en Berlín, somos hijos que mamamos de las Olimpiadas del 92, esas que al parecer vivimos, pero de las que no albergamos ningún recuerdo.
Fuimos los niños que intentábamos concebir que aquel avión estrellándose contra unos rascacielos americanos era real y no parte de una película.
Petri o Mega-zero son nombres que tienen el poder de sacarnos una sonrisa. ¿Quién no recuerda ese tomate en forma de teléfono (o era al revés) que nunca ponía lo que los niños le pedían?
Cantábamos una canción sobre una lady y una columna sin saber muy bien quien era esa tal Diana y porqué a los mayores les impresionó tanto su muerte.
Deseábamos la Game Boy Color y sustituir nuestra vieja Super Nintendo por una PlayStation.
Suspiramos con Titanic y jugamos a emular a Mitch Bucanan.
La única forma de gobierno que conocemos es la democracia, y, aunque nuestros gritos de No a la Guerra nunca fueron escuchados, todavía retumban en nuestra memoria.
Nuestras lágrimas intentaron inútilmente curar la herida que Madrid sufrió una fría mañana de marzo.
Soñamos con las aventuras de un joven mago huérfano en un misterioso colegio inglés.
Nos han enseñado a reciclar, somos conscientes de los errores que se cometieron en las generaciones pasadas.
Y, aunque solo sepamos pensar en euros, no nos olvidamos de las monedas de 25 pesetas y los collares que nos hacíamos con ellas.
Nuestro mayor mérito: hacernos con los 150 pokémon.
Hablamos un inglés fluido, un requisito básico para integrarnos en esa aldea global en la que nos han dicho que vivimos.

Así es nuestra generación, ni mejor ni peor que otras. Simplemente, nuestra.

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