lunes, 19 de octubre de 2009

qué fue antes, el huevo o la gallina?


quién copió a quién? La última película de Megan Fox (que, aunqe tiene pinta de sureña femme fatale algo vulgar y no parece lo que se dice un alma caritativa, no me desagrada del todo) con Diablo Cody como guionista (OMG, esperaba un guíon más brillante, aunqe no esta del todo mal) data de 2009, pero quizás el cartel se creó meses antes de su estreno, mientras se grababa.

True Blood, por su parte, también viene siendo una novedad. se estrenó en septiembre de 2008. Puesto que ambas producciones audiovisuales vienen siendo muy recientes, no se sabe muy bien quién le ha cogido la idea de calcar el cartel promocional a la otra. Al menos yo, en mi bendita ignorancia, lo desconozco. Vi el cartel de True Blood por primera vez en la revista de un tío que se me sentó al lado en el metro una tarde, y me gustó mucho. Me pareció un cartel original. Ahora esa gracia a pasado a mejores tiempos, puesto que incluso le han salido competidores (que no copias, la presunción de inocencia hacía uno u otro bando debe permanecer)

Al menos se han esforzado en que la lengua apunte en direcciones distintas. Vaya. Que ingenioso.
Lo que más me gusta de esta historia es que los argumentos de ambas no tienen mucho que ver, al menos no tanto como para que sus carteles sena identicos. True Blood es una interesante reflexión sobre como los vampiros se hubiesen integrado en la sociedad si existiesen y si los japos (quienes sino?) hubiesen inventado una bebida a base de en sangre sintética, que ayuda a que los chupasangre no tengan sed de humanos, ni ansias asesinas ni esas cosas. Hace especial hincapié en el sexo y en la parte erótica de los personajes (como debe ser, teniendo en cuenta que el vampiro es el monstruo más lujurioso de tantos que ha inventado el inestable imaginario humano) y eso que la protagonista es, al menos en parte de la primera temporada, una casta y pura virgencita. Se han hecho muchos retratos de los vampiros, y este sea quizás el más interesante de, al menos, cuantos he visto. Jennifers Body, por su parte, no deja de ser más de lo mismo: la cheerleader tía buena poseída por un demonio que mata a sus víctimas, todo hombres, después de calentarlas y bla bla bla. eso si, en versión renovada: se incluye un emo entre la lista de pobres víctimas de Fox.


Qué tiene más estilo? Bon Temps (nombre tierno para muchos que comparten la parte del globo donde vivo, me pregunto si alguien de los que ha creado True Blood es catalán o tiene algún tipo de relación con Catalunya) o Devil's Kettle?
yo, personalmente, me quedo con los vampiros reinsertos y toda su troupe, especialmente Tara, esa negra con mala leche que se llama igual que mi perra, y su primo gay (oh dios, que bueno está el tío).


aunque, como Jennifer's Body tampoco me ha desagradado, os dejo con las dos mejores cosas que he sacado de esta peli:
1-) actúa mi amor platónico de la adolescencia Adam Brody, aunqe no se le reconoce con las pintas de "cantante de un grupo indie" con los ojos pintados (¿?)
2-) "ahora más que nunca olvidad vuestras preocupaciones adolescentes sobre quién es el más guapo o quién es una zorra"
-frase del profe. genial-

miércoles, 7 de octubre de 2009

la generación ipod

Somos una generación a unos cascos blancos de Apple pegados. Esa que creció viendo Doraemon, que recuerda con ternura a la Banda del Patio y que ve en una familia amarilla todo un símbolo de identidad con nuestros iguales.
Somos las primeras criaturas que se desenvolvieron correctamente en Internet.
Los últimos licenciados.
Nacidos de los restos del muro caído en Berlín, somos hijos que mamamos de las Olimpiadas del 92, esas que al parecer vivimos, pero de las que no albergamos ningún recuerdo.
Fuimos los niños que intentábamos concebir que aquel avión estrellándose contra unos rascacielos americanos era real y no parte de una película.
Petri o Mega-zero son nombres que tienen el poder de sacarnos una sonrisa. ¿Quién no recuerda ese tomate en forma de teléfono (o era al revés) que nunca ponía lo que los niños le pedían?
Cantábamos una canción sobre una lady y una columna sin saber muy bien quien era esa tal Diana y porqué a los mayores les impresionó tanto su muerte.
Deseábamos la Game Boy Color y sustituir nuestra vieja Super Nintendo por una PlayStation.
Suspiramos con Titanic y jugamos a emular a Mitch Bucanan.
La única forma de gobierno que conocemos es la democracia, y, aunque nuestros gritos de No a la Guerra nunca fueron escuchados, todavía retumban en nuestra memoria.
Nuestras lágrimas intentaron inútilmente curar la herida que Madrid sufrió una fría mañana de marzo.
Soñamos con las aventuras de un joven mago huérfano en un misterioso colegio inglés.
Nos han enseñado a reciclar, somos conscientes de los errores que se cometieron en las generaciones pasadas.
Y, aunque solo sepamos pensar en euros, no nos olvidamos de las monedas de 25 pesetas y los collares que nos hacíamos con ellas.
Nuestro mayor mérito: hacernos con los 150 pokémon.
Hablamos un inglés fluido, un requisito básico para integrarnos en esa aldea global en la que nos han dicho que vivimos.

Así es nuestra generación, ni mejor ni peor que otras. Simplemente, nuestra.