Un día, en 1964, alguien construyó una casa en un pueblecito tranquilo cercano a unos 15 km de Barcelona. era un hombre que le gustaba leer. quería una biblioteca donde las horas pasasen como minutos. Esa casa, poco a poco, se convirtió en un hogar. Allí nació su hijo, y allí aprendió a amar la literatura. Ese era su rincón favorito en el mundo, su santuario, entre pinos, cerca de la ciudad. La sensación de protección que bajo su techo sentía era tal que le puso un nombre especial a la casa, un nombre que le inspirase lo que sentía cuando estaba en su hogar. Se llamaba "El cau".
Pero el tiempo pasó, y el hombre tuvo que vender la casa. Después de un tiempo en período de exposición y prueba, encontró sus nuevos inquilinos: una família con dos hijos y uno más en camino. La família se instaló poco antes de que el nuevo miembro vienese al mundo. Cambió la estructura de la casa, y, entre otras cosas, convirtió la biblioteca en una habitación donde dormirían las niñas. Los meses pasaron, y la casa se convirtió en un hogar, todavía más dulce cuando el último miembro de la família (y cuarto hijo) vino para quedarse.
El cau apenas cambió durante años, sin embargo su alrededor sí. El pueblecito pasó a ser una pequeña ciudad, prácticamente una extensión sin personalidad de Barcelona, el dormitorio pijo de la ciudad condal. Medio Opus Dei se trasladó allí, y los pinos dejaron de paso a las adosadas primero, y los pisos de protección oficial después. Hacía ya muchos años de ese lejano 1989 en que la família se trasladó a vivir a El cau, y todavía más de ese 1964 en que se construyó. Los hijos ya no eran niños, crecieron y se fueron haciendo más y más independientes, hasta que los dos mayores se marcharon de El cau en busca de una nueva vida. Todo cambió. Todo, menos la paz que se respiraba dentro de la casa, la sensación de proximidad y calor que siempre había existido allí. Y así, llegó febrero de 2009, mes en el que el benjamín de la casa se hizo mayor de edad.
Por primera vez en El cau todos eran adultos, es más, todos eran adultos oficialmente. Parece una chorrada, pero justo en ese momento, todos comprendieron que se estaban haciendo viejos. Y entonces calcularon que habían pasado nada más y nada menos que 45 años desde que El Cau había sido construido, 45 años de atmosfera de hogar, y 20 desde que ellos disfrutaban de ese lugar.
El tiempo duele más cuando comparas.
viernes, 27 de febrero de 2009
lunes, 16 de febrero de 2009
si te cruzas con un niño superdotado, te alegra la tarde
Hoy me ha pasado una de esas cosas extraordinarias, de eso que sólo se ve una vez en la vida.
Estaba yo en el tren, como cada lunes y cada jueves a eso de las seis de la tarde. La verdad es que estaba bastante asqueada de mis odiados y necesarios ferrocarils. Entre que esta mañana por trámites de muelas rebeldes he tenido que ir a Terrassa, he vuelto, he ido a Sant Cugat, he ido después a la uni, he vuelto, he bajado a Bcn y luego tenía que volver, ese era mi sexto viaje en tren del día. Y todavía me quedaba otro.
Para colmo no me he podido sentar. Por suerte siempre hay un libro para hacerme más ameno el viaje. Aunque hay días horripilantes como hoy en los que ni siquiera un libro, por muy bueno que sea, es suficiente consuelo. Así que mi estado de ánimo ha mermado todavía más cuándo he visto el gentío que subía en la estación de Sarrià. Todavía me quedaban 5 minutos más de viaje inacabable.
Y entonces ha ocurrido. Delante de mí se ha apoyado un chavalín que superaba los ocho pero que no llegaba a los 10 años. Era el típico niño-sarrià: rubio, pelo largo y sedoso, ojos azules, en plan querubín, pero con ropa de marca. El caso es que el niño ha sacado un cubo de Rubik totalmente deshecho y ha empezado a moverlo con golpes secos, rápidos y certeros. Por aquel entonces ya todas las miradas se fijaban en él. Joder con el niño. Yo me quería hacer la interesante, hacer ver que pasaba de eso, pero la curiosidad me podía, y de vez en cuando alzaba la vista de mi libro para observar al niño. Debo reconocer además que cuando el ejecutivo Iphone que tenía al lado se me ha puesto en medio a hablar con su amante a grito pelado me ha fastidiado mucho. Además tenía unos ojos horribles: azules y fríos, sin amor en su interior, como la canción de “America is not the World” de Morrisey. El ejecutivo, digo, no el niño.
Al grano: que el mozo de buena cuna ha resuelto el cubo de Rubik entre Sarrià y Muntaner, es decir, en dos minutos! Lo mejor de todo ha sido el final. Justo cuando el tren acababa de parar y las puertas ya se había abierto para dejar salir a los viajeros, el niño a alzado su cubo, ha hecho un movimiento rápido de muñeca y lo ha resuelto. Todo el tren ha flipado, ejecutivo Iphone incluido. A lo que el chico ha respondido con una mirada de suficiencia y un sonido vacilón, se lo ha guardado en el bolsillo grande de la sudadera y se ha bajado justo cuando las puertas pitaban. Todo él era elegancia y suficiencia. Increíble.
Tengo un nuevo Dios. El niño resuelve Rubik´s del ferrocarril. A ver si me lo vuelvo a encontrar el jueves y nos regala de nuevo ese espectáculo. Yo si pudiese hacer lo que él ha hecho pasaría la gorra después.
Estaba yo en el tren, como cada lunes y cada jueves a eso de las seis de la tarde. La verdad es que estaba bastante asqueada de mis odiados y necesarios ferrocarils. Entre que esta mañana por trámites de muelas rebeldes he tenido que ir a Terrassa, he vuelto, he ido a Sant Cugat, he ido después a la uni, he vuelto, he bajado a Bcn y luego tenía que volver, ese era mi sexto viaje en tren del día. Y todavía me quedaba otro.
Para colmo no me he podido sentar. Por suerte siempre hay un libro para hacerme más ameno el viaje. Aunque hay días horripilantes como hoy en los que ni siquiera un libro, por muy bueno que sea, es suficiente consuelo. Así que mi estado de ánimo ha mermado todavía más cuándo he visto el gentío que subía en la estación de Sarrià. Todavía me quedaban 5 minutos más de viaje inacabable.
Y entonces ha ocurrido. Delante de mí se ha apoyado un chavalín que superaba los ocho pero que no llegaba a los 10 años. Era el típico niño-sarrià: rubio, pelo largo y sedoso, ojos azules, en plan querubín, pero con ropa de marca. El caso es que el niño ha sacado un cubo de Rubik totalmente deshecho y ha empezado a moverlo con golpes secos, rápidos y certeros. Por aquel entonces ya todas las miradas se fijaban en él. Joder con el niño. Yo me quería hacer la interesante, hacer ver que pasaba de eso, pero la curiosidad me podía, y de vez en cuando alzaba la vista de mi libro para observar al niño. Debo reconocer además que cuando el ejecutivo Iphone que tenía al lado se me ha puesto en medio a hablar con su amante a grito pelado me ha fastidiado mucho. Además tenía unos ojos horribles: azules y fríos, sin amor en su interior, como la canción de “America is not the World” de Morrisey. El ejecutivo, digo, no el niño.
Al grano: que el mozo de buena cuna ha resuelto el cubo de Rubik entre Sarrià y Muntaner, es decir, en dos minutos! Lo mejor de todo ha sido el final. Justo cuando el tren acababa de parar y las puertas ya se había abierto para dejar salir a los viajeros, el niño a alzado su cubo, ha hecho un movimiento rápido de muñeca y lo ha resuelto. Todo el tren ha flipado, ejecutivo Iphone incluido. A lo que el chico ha respondido con una mirada de suficiencia y un sonido vacilón, se lo ha guardado en el bolsillo grande de la sudadera y se ha bajado justo cuando las puertas pitaban. Todo él era elegancia y suficiencia. Increíble.
Tengo un nuevo Dios. El niño resuelve Rubik´s del ferrocarril. A ver si me lo vuelvo a encontrar el jueves y nos regala de nuevo ese espectáculo. Yo si pudiese hacer lo que él ha hecho pasaría la gorra después.
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