jueves, 8 de abril de 2010

mi historia

Quiero contar mi historia. No es que sea una gran historia, comparada con lo que se ve y oye hoy en día, pero es una historia que me ha hecho grande.

Todo empezó este verano. Llevaba toda la semana trabajando, y cuando llegó el fin de semana sólo deseaba salir a beber algo y desfogarme en la pista de baile de cualquier discoteca del centro de Barcelona. Así que quedé con mis amigos Edu, Camps y Andreu, compañeros universitarios y futuros periodistas. Era una noche cualquiera, que estaba empezando a prometer. Recuerdo que estábamos en un bar del Born, cerca de la Plaza Real. Yo llevaba un vestido nuevo super bonito, y nos dieron entradas gratis para el antiguo Fellini (ahora Boulevard). Acababa de cobrar y llevaba 60€ encima. Esa era una de esas noches en que no me hubiese importado gastármelos enteros.

Después todo pasó muy rápido. Fui a la barra a pedir un par de cervezas, cometí el gran error de dejar mi bolso sin protección, y en cuanto me giré, había desaparecido. Perdí todo: la documentación, las llaves, la cartera con el dinero, el ipod, la cámara de fotos, el móvil... todo. Puse la denuncia, y a casa a dormir.

Eso me dejó tocada. Siempre he sido muy sensible en lo que a injusticias se refiere, y no podía entender, no me cabía en la cabeza, como alguien podía haberme robado todo sin ningún miramiento. Lo que más me obsesionaba era el hecho que alguien tuviese toda mi documentación. Sentí como si me hubiesen robado la identidad. Empecé a dormir mal, a comerme la cabeza, a no entender nada. Siempre he creído en el karma, y no podía entender porqué me pasaba esa cosa mala si yo nunca había hecho daño a nadie.

El día después quedé con una amiga. Nos sentamos en un banco justo enfrente de un hombre mayor que estaba solo. Me fijé en él. Le miré a los ojos y vi en ellos tanta soledad, tanta tristeza, que rompí a llorar. No era la primera vez que me pasaba eso. Más de una vez, cuando veía ancianos solos sentados en un banco observando el mundo me entraban unas ganas irrefrenables de abrazarlos, pero me aguantaba. Convencionalismos sociales, supongo. Pero ese hombre me impactó, tanto que aquella noche estuve pensando largo y tendido sobre su imagen.

Pensaba en todo: el cabrón que me robó, la sociedad que permite la pobreza, ese abuelo solitario, esas lágrimas... Y de repente todo encajó, como un puzzle. Habiéndome educado en un cole de curas, me acordé de una frase que predicaba Jesús: si te pegan, pon la otra mejilla. Pues bien, a mi la sociedad me había pegado. Pero yo no me iba a rebajar haciendo lo mismo, algo malo por la sociedad, al contrario, pondría la otra mejilla y haría algo bueno. Chúpate esa, karma! Se me encendió la bombilla, y así, a las tres de la madrugada de un día laboral y vía internet, me apunté a la Associació d'Amics de la Gent Gran de Barcelona, para hacer el voluntariado de acompañamiento semanal a una persona mayor que viviese sola.

Así conocí a Montserrat, una viuda, madre de un hombre con Síndrome de Down. Desengañada de la vida y con depresión, era nueva en la Asociación, como yo. Llevo más de medio año yendo a su casa del barrio de Gràcia cada lunes, y se puede decir que es mi amiga: yo la escucho y ella a mi. Evidentemente, no tengo con ella una relación como la tengo con mis amigos de mi edad, me ahorro muchos temas que la pudiesen impactar debido al enorme cambio generacional que nos separa. Pero ya se sabe mi vida: le hablo de mis padres, de mis hermanos, de mis amigos, y ella me ve sonreír cuando hablo de todos ellos. Con ella me he dado cuenta que no tengo grandes problemas, pues no tengo grandes desgracias que explicar.

Una tarde Montserrat estaba en medio de un monólogo sobre lo dura que puede ser la vida. Me dijo que no la entendía porque era joven, que de joven las cosas se ven distinto, pero que ella estaba convencida que quedaba poca bondad en el mundo. Sin embargo, después de eso, Montserrat dijo: “pero luego pienso que hay gente como tú y pienso que no todo el mundo es malo.”. Os juro que ese instante fue uno de los más felices que recuerdo de toda mi corta vida. El karma volvía a escena.

Es increíble ser voluntario. Lo que cuesta es empezar, pero una vez empiezas, poca gente lo deja, al menos inmediatamente. Es difícil describirlo con palabras, te hace sentir llena, y a la vez humilde al darte cuenta de todo lo que queda por hacer. Te sientes útil, pero sabes que puedes hacer mucho más. Así, te vas animando a hacer mas cosas. No escuchas a la gente que te dice que eso es bonito, porque crees que eso es lo mínimo que debes hacer. Yo siempre he creído que la maldad absoluta no existe, y que los humanos tenemos, todos, un fondo de bondad inmensa. Lo que falta es sacarla a la superficie, precisamente eso, humanidad. Dejar un poco de lado nuestros quehaceres para centrarnos en la filantropía. El voluntariado tiene una enorme recompensa: aparte de como te sientes, destaca el agradecimiento que recibes por parte de los ancianos. Cuando una persona mayor te coge del brazo y te sonríe, te sientes más humano, mejor persona.

Por eso hago una petición virtual: si alguien lee este mensaje embotellado, le recomiendo seguir la campaña de la Asociación d'Amics de la Gent Gran, roses contra l'oblit. Consiste en pasarse por el Liceu el día de Sant Jordi. Allí recibirá información, alguien le dará una rosa y le dirá que se la lleve a un anciano que vive solo. Lo recomiendo, porque la luz de los ojos y la sonrisa que pondrá el anciano o anciana cuando lo reciba dará a quién lo haga una calidez en el alma que difícilmente se apagará.

Yo dejo aquí la propuesta.