La mentira es algo malo, y como todo lo malo en esta vida, puede llegar a producir adicción.
La adicción a la mentira es una de las más sanas, pero también de las más peligrosas. Hace temblar la base de todo, y dios sabe que no hay nada peor que una base tambaleándose y vibrando peligrosamente. La mentira nos hará más felices momentáneamente, nos sacará de un apuro, o protegerá nuestra imagen exterior. Pero eso son sus efectos a corto plazo. Pasado el tiempo, cambian las cosas.
La mentira nos vuelve malvados.
Una produce otra, y así continuamente, sentamos nuestras bases en piezas de madera puestas al azar, hasta que un día, con solo rozar con la punta de los dedos la que esté más descolocada de todas, la torre caerá. Y cuando caiga, producirá mucho ruido, y mucho daño.
Cuanta más alta es la torre, cuanto más profunda es la mentira, más peligrosas serán las consecuencias.
El problema de la mentira es que no se puede decir una y punto. Cada mentira tiene su consecuencia, que suele materializarse en otro engaño un poco mayor, y así sucesivamente, hasta que todo te va grande y no sabes como has llegado hasta él. Sigue el paradigma de toda adicción.
Una de las primeras cosas que nos enseñan sobre la distinción del bien y el mal es que la mentira es mala. Una de las lecciones más importantes, y la que más ignoramos.
Si, la mentira nos vuelve malos. Y lo peor de todo es que no puedes hacer nada para esquivar esa sutil maldad.
Todo está rodeado de mentira.